Skip to Content

GABRIEL(LE)

Caminaba sola, iba a mi casa, eran probablemente las diez de la noche y por la calle iban y venían algunas personas paseando a sus perros. Por ahí siempre ha sido una zona tranquila y mis preocupaciones acerca de si algo pudiera llegar a pasarme en el trayecto del metro al departamento eran nulas. Con los audífonos puestos una parte de mi no está presente, así que no le presté mucha atención a mis alrededores; por eso no recuerdo si había mas gente o no. Lo que recuerdo con claridad es que tomé la decisión de cortar camino por el parque como si fuera algo natural; nunca lo hacía, pero en ese momento parecía como obra de una rutina bien arraigada.


En mi memoria, el lugar está vacío; los pequeños faros del parque iluminan tenuemente el camino, y la música que entra a mis oídos es tan dulce que sólo de recordar esos sonidos siento que ronroneo.


Todo se sentía muy bien.


Sobre el camino, en una banca, se veía una pequeña figura con la mirada baja. 


Me dije a mí misma que un niño no debía estar a la mitad de la noche solo en un parque; mucho menos un niño triste.


Ese fue mi primer encuentro con él, o ella; la verdad hasta el día de hoy no sé qué era, o si se define o no con un género. Finalmente no tiene importancia preocuparse por algo tan banal; algo que no es relevante para esta historia.


Preocupada, me acerqué.


-¿Estás perdido?


Me volteó a ver con tranquilidad y me di cuenta de que no era humano. Contrariamente a lo que hubiera pensado yo misma momentos antes del encuentro, no sentí temor ni repulsión; así que me acerqué a esa pequeña criatura y me senté a su lado.


Le pregunté su nombre y tras una pequeña risa me dijo que se llamaba Gabriel. 


Para ser honesta, en esos momentos lo veía como una figura masculina, pero ahora tengo mis dudas y no sé si se refería a Gabrielle como nombre femenino.

 

Sea cual sea la palabra correcta, la confusión es comprensible.


A partir de ese momento su nombre resonó en mi cabeza en todo momento, durante muchos días.


Me contó que pasaba el tiempo sentado sobre la luna que orbita nuestro planeta, o que a veces oscilaba entre la banca de algún parque, la orilla de un río o la azotea de alguna construcción muy alta. También me confió que la soledad era su estado natural; las otras criaturas como él se movían de igual manera por diferentes lugares; observando; dándole sentido a su vida siendo testigos de algo, lo que fuera. Pero a pesar de sus largos saltos nunca se encontraban; todos los de su especie estaban solos. Me dijo que en su mayoría le gustaba estar en nuestro planeta, que encontraba algo muy interesante divisando el comportamiento de los alargados de dos patas y poco cabello.


-¿Cómo se hacen llamar?


Me preguntó.


-Somos terrícolas, humanos.


-Oh… Terrícolasumanos.


Gabriel miraba al vacío, como perdido en otro lugar.


-No –le dije– somos humanos, pero nuestro planeta se llama Tierra y como vivimos aquí también nos hacemos llamar terrícolas. La verdad depende del enfoque, porque yo también soy mexicana, soy mujer… A veces también nos dividimos por lo que nos gusta; hay hippies, hipsters, fresas…


-Para, por favor. No entiendo ¿Cómo pueden haber tantos? Yo veo igual, todos siendo uno.


-Bueno, si… Pero no todos pensamos igual, cada quien está en busca de su identidad… O esas cosas.


-Entiendo.


Guardó silencio y yo me quedé a su lado, no sabía qué hacer, pero tampoco quería alejarme.


Para estos momentos, me resulta muy difícil describir a Gabrielle; era diferente a cada momento, pero siempre era la misma. Era frágil, era fuerte, era colorida y sumamente oscura, a veces femenina, a veces masculino; pero siempre, siempre, se sentía igual; era como si emanara un olor característico, pero no era un olor, era algo que se sentía muy adentro y que se percibía cada que estaba cerca de mí.


-¿Te gusta?


-¿Qué cosa?


Gabriel me señalaba algo al frente, pero yo sólo podía ver el resto del parque.


-La luna por supuesto, y tu planeta. Míralo, azul, mira cómo se ve desde acá.


Yo no podía ver nada de lo que hablaba y me quede callada tratando de entender.


-Oh… ¿No lo ves?


-Veo el parque.


-Entiendo.


Después comprendí que Gabrielle podía estar en muchos lugares a la vez; podía sentir la brisa del mar, el calor sofocante del desierto, la tranquilidad del llano; ver a la tierra desde la luna y estar conmigo, platicando. Así era su vida, pero yo no podía sentirlo a como ella lo hacía.


Estuvimos un rato acompañándonos y extrañamente nadie más caminó por el parque durante todo ese tiempo. Éramos sólo Gabriel y yo.


Quedamos en vernos al día siguiente; bueno, más bien yo le pedí que regresara porque quería compartir más tiempo con él; y ella accedió.


Me paré para irme caminando y Gabrielle me miró, viendo en mi dirección pero enfocada en algo que estaba detrás de mí. Me pareció un poco raro, pero viniendo de ella no se sentía así.


-No llores, para de llorar.


Yo no estaba llorando y hasta sonreí cuando dijo eso. Justo después se adentró en su mundo y lo perdí.


Regresé a mi casa un poco confundida, pero contenta.


Esa noche recibí malas noticias; es cierto que lloré desconsolada por un rato. No quiero entrar en detalles porque fue una situación complicada para mí y recordarla no me hace bien. Lo que quiero contar es que cuando lloraba, sola en mi habitación, recordé las palabras de Gabriel; fue algo así como una revelación. La sentí ahí y la busqué con la mirada sin éxito; no había nadie y aún así sus palabras pasadas parecían llegar en el momento adecuado. Dejé de llorar en cuanto las recordé, me sentí más tranquila y abracé la soledad de la noche hasta que me dormí.


Al día siguiente me volví a encontrar con Gabrielle y platicamos bastante. De vez en vez, Gabriel decía cosas que parecían no tener sentido o que yo sentía haber escuchado antes. Estando ahí no entendía bien, pero no dejé que eso me preocupara y seguí hablando como si entendiera todo lo que ella quería decirme. Muchas veces nuestra comunicación era no verbal, era como si el silencio estuviera lleno de mensajes que entraban directo a la parte más intrincada de mi ser para luego ir saliendo a la superficie poco a poco.


Creo que para que se entienda mejor todo esto, debo explicarles qué era lo que pasaba. Me tomó tiempo entenderlo y fue un proceso muy difícil de comprender. Pero ahora puedo hablar de ello como si fuera algo común. Gabrielle era, naturalmente, un ser muy diferente; no veía a como nosotros y el tiempo no pasaba por él a como pasa por nosotros. Aunque parezca difícil de creer, para Gabriel el tiempo era como las distancias y los lugares; así a como podía estar en la luna y en varias partes de la tierra en un mismo momento, también podía estar ahí conmigo ese día, y el día siguiente, y años atrás, y el día de mi muerte. El tiempo era un océano por el cual navegaba y en el que se podía dividir para visitar el momento que se quisiera. Todo esto es algo propio de su especie, así como existe Gabrielle; hay muchos otros como ella que se mueven por el universo.


Lo que todavía no logro comprender es porqué con todas esas cualidades son una especie tan solitaria.


Así empecé a frecuentar a Gabriel todas las noches. De día, ansiaba salir de la oficina para recorrer el parque y encontrarla. Todos me decían que me veía un poco distraída, pero es que cómo no estarlo sabiendo que en la noche me esperaba algo tan fascinante.


Después de varios días y de pensarlo detenidamente, le pregunté.


-¿Me puedes llevar a la luna? Me gustaría conocerla y ver lo que tú ves.


El silencio que hubo entre mi pregunta y la respuesta de Gabriel me pareció eterno.


-Sí.


Cuando contestó respiré y me llené de alegría. Iría a la luna; y con Gabrielle como guía.


Gabriel me explicó que aunque era posible, existían algunas limitantes. Sólo podría estar allá por un momento, no debía exceder los veinticinco minutos de nuestro tiempo y debía traerme de vuelta ipso facto; de no ser así, podía morir asfixiada.


Los riesgos no sonaban nada aterradores y acepté, por supuesto, todas las condiciones; quedamos en que al día siguiente visitaría la luna.


Era jueves y hacía un poco de frío, así que fingí tener un resfriado para salir cuanto antes del trabajo y encontrarme con Gabriel.


Al día de hoy todavía me pregunto a mi misma cómo lo hizo y no encuentro ninguna explicación. Sólo recuerdo que tras un parpadeo ya estábamos ahí.


Abrí los ojos y pude ver un paisaje desértico con tonalidades grisáceas y la tierra de fondo. Mi emoción fue tal, que tarde en darme cuenta de que no estaba respirando. En cuanto lo noté me asusté mucho, pues no quería morir todavía y menos en la luna. Estresada, hice un esfuerzo por respirar que resultó ser en vano; fue hasta que sentí un ligero toque de la mano de Gabriel en mi espalda cuando pude respirar con naturalidad y me relajé. Mi cuerpo se sentía más ligero y tardé un poco en acostumbrarme; al principio era como si todos mis músculos se hubieran dormido y despertado al mismo tiempo; sentía un cosquilleo que me recorría de pies a cabeza. Cuando todo se estabilizó, busqué a Gabriel y la vi sentada en algo que parecía una roca; me acerqué y me senté junto a ella.


Nadie hablaba y el silencio era aún más pesado que cualquiera que yo recordara, no me molestaba para nada estar en silencio junto a Gabrielle, yo disfrutaba mucho esa visita sin necesidad de palabras; además, el paisaje era increíble.


Miré mi reloj; hacía ya diez minutos que habíamos llegado.


-¿Por qué te gusta aquí?


Gabrielle contestó sin mirarme.


-Me agrada el silencio… Y me agrada poder ver hacia allá, hacia ti.


Con la mirada fija en la tierra Gabriel empezó a hablarme acerca de la luna y de cómo conocía hasta el último rincón de ese lugar, me platicó su fascinación por los objetos inertes y la energía desmedida que, según contaba ella, desprendían todas las cosas que parecían no tener vida. Yo preguntaba y Gabrielle contestaba, nunca había hablado conmigo con tanta energía; era algo nuevo, y me encantó.


El reloj marcaba que ya habían pasado veinte minutos y el segundero avanzaba sin dar paso en falso. Cada movimiento en mi reloj se sentía más doloroso, pues sabía que no podía quedarme todo el tiempo que yo quisiera.


-Me voy a llevar esta roca de recuerdo, no quiero olvidar nunca que alguna vez estuve en la luna.


Tome una pequeña roca que descansaba junto a nosotros y se la mostré a Gabrielle.


Ella me miró, y así, de la nada, comenzó a llorar desconsoladamente.


-Está bien, no me la llevo, aquí la dejo… Pero no estés triste, no estés triste… Nunca fue mi intención hacerte sentir mal.


Intentaba todo lo que se me ocurría y decía cualquier cosa que pasaba por mi cabeza con tal de que Gabriel dejara de llorar, pero no sucedía.


En mi muñeca el segundero avanzaba sin piedad y marcaba que mi tiempo en la luna se agotaba, estaba a dos minutos de morir asfixiada.


Gabrielle estaba en transe. Yo no sabía qué hacer.


-Lo siento si hice algo mal, de verás.


Me acosté en el suelo con el polvo lunar y cerré los ojos. Sabía que dentro de un minuto mi vida llegaría a su fin. El segundero se escuchaba cada vez más fuerte, opacando poco a poco el llanto de Gabrielle.


Para ese momento ya no me importaba morir, ya fuera en la luna o en la tierra o en algún otro planeta. Tal vez si me convertía en un objeto inerte Gabriel se pondría feliz y dejaría de llorar. 


Así me quedé; esperando.


El reloj siguió corriendo sin piedad, hasta que marcó los veinticinco minutos de tiempo lunar que se me habían otorgado. Cerré los ojos y me fui.


Pensé que había muerto.


Abrí los ojos para encontrarme con mi buró, mi cama y el reloj de mi cuarto. La noche era oscura, sutilmente iluminada por la luz de la luna. Gabriel no estaba ahí, yo ya no la sentía.


Se había convertido en un recuerdo que vivía muy adentro.


Me levanté y miré por la ventana un rato como esperando a que ella apareciera, pero no fue así. Al regresar a mi cama noté que en el buró había algo más; era la piedra lunar que yo quería llevarme; estaba ahí, viéndome.


Ese fue mi último encuentro con Gabriel.


Esa noche no lloré, ni dormí. La pasé en vela pensando en todo y en nada. No comprendí que era lo que había pasado ni porqué había llorado Gabrielle. 


Con el tiempo me di cuenta de que Gabriel jamás podría entender la idea de un recuerdo, que su tiempo, a pesar de infinito, era inexistente. Tal vez por eso lloró, por ser un recuerdo, por ser eterno; por haberse convertido en algo para mí que ella jamás había experimentado. Creo que fue la melancolía, la nostalgia, lo que me separó de esa criatura fascinante que se sentaba todas las noches en el parque y nos veía, o nos ve, desde la luna o desde donde quiera que esté.