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MARÍA Y ANDRÉS

-Mira, me prestaron este libro. ¿No lo quieres leer?

Los árboles nunca habían estado tan altos; muy, muy grandes.

-Dicen que te invita a reflexionar, lo escribió un tal Jaime Sabines. Mira, es el de la portada…

No puedo creer que los pájaros de allá arriba no quieran bajar a saludar; para ellos soy tan pequeño como una hormiga.

-Andrés ¿Me estás escuchando?
-Perdón, perdón; estaba distraído. ¿Qué decías?
-No, nada, olvídalo. Te estaba contando de un libro que me prestaron, pero ya mejor luego te platico.
-Lo siento ¿Es ese que traes en la mano?

Buenos tiempos aquellos, buenos momentos los primeros. 

-Sí, sí es.
-A ver… ¿Jaime Sabines? ¿Puedo leer un pedazo?
-Sí.

-Tú, sin hablar, me miras 
y te aprietas a mí y haces tu llanto 
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto. 
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas 
se ponen a escuchar lo que no hablamos.

-¿Cuál es? Me gustó.
-No sé, ya lo cerré.

Prométeme que vas a seguir ahí, como el sol; sin dejar de brillar.

-Ya ni modo, luego busco cuál era.
-Se te va a olvidar… ¿Tienes algo que hacer hoy?
-No mucho, creo que me dedicaré a leer el libro.
-¿Cuando lo termines me lo prestas?
-Es lo que te decía hace ratito, pero tu estabas quién sabe dónde.
-Perdón. ¿Me acompañas al parque? Quiero subir al mirador antes de que se haga de noche.
-Vamos, tengo tiempo.

Y yo no tengo, no tiempo, sino lo que te quiero dar, no lo obtengo. 

-María, maría, ven, siéntate conmigo.
-¿Ya te aburriste?
-No, pero quiero ver como juega ese niño con su perro.
-Se parece al tuyo.
-¿A Fidel?
-Sí, a Fidel. 

Siento que he bebido demasiado a pesar de estar sobrio; ojalá no fuera así. Ver cómo los sonidos se roban sonrisas no ha sido muy sano para mí; o tal vez sí. Tengo ganas de irme, irme, irme; pero no te quiero dejar. Soy como un animal, o quisiera serlo. Hablo de más y no sé porqué. No sé por qué veo las hojas caer de los árboles en plena primavera; con todo lleno de color se dibuja felicidad, pero yo no la siento. A veces creo que le hago daño a la naturaleza cuando me quedo sentado; observando. Las cosas no son lo que parecen, contrariamente a lo dicho, lo peor que te puede pasar es–

-¡Andrés! Ya hay que subir al mirador.
-Sí, ya se va a poner oscuro. Vamos, para ver cómo se hace de noche y poco a poco se prenden las luces.
-¡Vamos!
-Hay que correr, vamos, corre, corre.
-¡No me vas a alcanzar!
-¡Claro que sí! 
-No se vale hacer trampa ¡Tramposo!
-¡Claro que no! Agarrarte del brazo y jalarte hacia atrás no es trampa.
-Ba ba ba ba ba ba no es trampa.
-Ya pues, vamos, vamos. 
-¿Cuánto a que llego antes que tú?
-Si llegas antes que yo te invito un helado, y tal vez el camión de regreso.
-¡Conste! Ahora lo cumples.
-¡Espera! ¿Trajiste la cámara?
-¡Si! Hay que tomar fotos desde arriba.
-Va, allá nos vemos.

Las paredes se abren, el aire poco a poco empieza a entrar. Me siento libre.

-Me cansé. ¡Pero te gané!
-Eres una burlona, nada más porque me tropecé con el último escalón; si no, yo hubiera llegado primero.
-¿Te tropezaste? Ni cuenta me di fíjate. 
-Ni cuenta me di, mentirosa, hasta te reíste de mí.
-¿Yo? No, tú te estás equivocando Andrés; esa no era yo.
-No era yo, no era yo. Mejor saca la cámara.
-Bueno, pero lo quiero de mamey.
-¿Qué cosa?
-El helado, por la parada está el señor que los vende.
-Ah… sí, está bien… Disfruta tu pequeño triunfo.
-¿O será mejor de vainilla?
-Ya, saca la cámara.

El sol no quema, sólo te calienta y te hace sentir mejor; los excesos son malos. Si en la noche se esconde no es porque quiera huir, es porque no te quiere quemar. No hay que tener miedo, siempre está ahí, aunque a veces no lo parezca. 

-Aquí está la cámara, déjame tomar unas fotos primero y luego te la doy.
-Me parece una buena idea.

Mis hombros, aquí están. No se en dónde se me ha caído la cruz.

-Ve, ahí está mi casa.
-¿Dónde?
-Sigue mi dedo ¿Ves esa luz roja que se ve a lo lejos?
-¡Ah si! ¿Es de la iglesia?
-Andale, y ahí enfrente vivo yo. Digo si es que te acuerdas de dónde está mi casa.
-Yo pensé que vivías allá.
-¿Allá? ¿Dónde?
-Ahí, mira.
-¡Grosero!

Sí, la tempestad es parte de la calma. Estaba equivocado. De pronto me empecé a sentir bien, mejor; me atrevo a decir que feliz. Ahora me siento muy bien.

-Préstame la cámara, quiero tomar unas fotos.
-Toma ¿A qué le vas a tomar?
-Pues; aquí, allá, al parque, a lo que encuentre.
-Bueno.
-Todo se ve bien chiquito desde aquí.

En algún punto, en algún momento, las cosas cambian; hormigas y aves, aves y hormigas.

-¿A qué le tomaste foto?
-Al parque, me gusta como se ven los niños jugando desde acá arriba. 
-Se ve bien padre… 
-Sí.
-¡Oye! ¿Por qué me tomaste una foto a mí?
-No lo se, me dieron ganas.
-Andrés… Andrés… ¿Qué vamos a hacer contigo?

Las nubes viajan sin poderse detener. Mi corazón no es, mi corazón no es, mi corazón es. Qué bonito. Qué bonita.

-No estoy seguro, lo mismo dice mi mamá.
-Ya encontraremos qué hacer.
-Algún día.
-Ya está oscureciendo, ya casi veo puras luces. Pasó tan rápido que ni me di cuenta. 
-Así pasa, mejor así.
-¿Por qué?
-No lo se, porque así sólo sucede cuando menos te lo esperas, y se siente bien.

La noria gira y gira, y yo sigo arriba, y yo sigo arriba. Bajo y subo, bajo y subo. En un espacio para dos.

-Mira, ya está bien oscuro; ahora si veo puras luces.
-Y estoy acostado, mirando el espacio exterior… y estoy pensando, en lo diminuto que yo soy.
-¿Qué cantas? 
-El espacio, de Café Tacuba.
-Me gusta esa canción.
-Déjate llevar.
-¿Tu te dejas llevar?
-Me gusta pensar que si.
-Abrázame.

Te abrazo. Te abrazo, y me dejo llevar.